El problema del dolor by C. S. Lewis

El problema del dolor by C. S. Lewis

autor:C. S. Lewis
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Religión
publicado: 1940-01-01T05:00:00+00:00


VI. El dolor humano

«Comoquiera que la vida de Cristo es de las más amargas en todos los aspectos para la naturaleza y la individualidad del yo (pues la verdadera vida de Cristo exige que la individualidad, el yo y la naturaleza sean abandonados, se pierdan y mueran completamente), la naturaleza de cada uno de nosotros tiene horror a todo ello.»

Theologia Germanica, XX.

En el capítulo anterior he tratado de mostrar que la posibilidad del dolor es inherente a la misma existencia de un mundo en el que las almas pueden encontrarse. Cuando las almas se vuelven malvadas y crueles usan esa posibilidad para infligirse daños unas a otras. Ello explica quizá las cuatro quintas partes del sufrimiento de los seres humanos. Han sido los hombres, no Dios, quienes han inventado los potros de tortura, los látigos, las cárceles, la esclavitud, los cañones, las bayonetas y las bombas. La avaricia y la estupidez humanas, no la mezquindad de la naturaleza, son las causas de la pobreza y el trabajo agotador.

Queda, no obstante, una enorme cantidad de sufrimiento cuyo origen no se halla en nosotros. Aun cuando todo el dolor fuera causado por el hombre, nos gustaría conocer la razón de la enorme libertad concedida por Dios a los hombres más malvados para torturar a sus semejantes[38]. Decir, como he señalado en el capítulo anterior, que para criaturas como nosotros, en nuestro estado actual, el bien es ante todo corrector o enmendador, constituye una respuesta incompleta. No toda medicina tiene un sabor repugnante; mas el que muchas lo tengan es uno de los hechos desagradables cuya causa nos gustaría conocer.

Antes de seguir, debo retomar un asunto planteado en el capítulo II. Allí dije que el dolor no causa disgusto cuando su intensidad no es excesiva. Por debajo de cierto nivel puede, incluso, ser aceptado con gusto. Una afirmación semejante llevaría a responder (seguramente con razón) más o menos lo siguiente: «Cosas así no se deberían llamar dolor». La verdad es, no obstante, que la palabra dolor tiene dos sentidos que conviene distinguir. En primer lugar, «dolor» significa un género especial de sensación transmitido seguramente por las fibras nerviosas especializadas y reconocido como tal por el paciente, tanto si le agrada como si no. El dolor casi imperceptible de mis extremidades, pongamos por caso, debería admitirse como tal dolor, aunque no cause el menor disgusto. En segundo lugar, «dolor» alude a cualquier experiencia física o mental desagradable para el que la sufre. Conviene advertir que los dolores en el primer sentido se convierten en dolores en el segundo sentido cuando superan un nivel de intensidad muy pequeño. En cambio, lo contrario no ocurre necesariamente. «Dolor» en el sentido indicado en segundo lugar es sinónimo de «sufrimiento», «angustia», «tribulación», «adversidad» o «congoja», y es éste el que plantea realmente el problema del dolor. A partir de ahora emplearemos el término «dolor» en este segundo sentido para referirnos a todo tipo de sufrimiento. Nos olvidaremos, pues, del primer significado de «dolor».

El bien proporcionado a la criatura



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